jueves, 1 de octubre de 2020

POTUS


 

 

 

- "No me arrepiento... 

No me arrepiento" -
 

La breve frase repetida como una letanía pugnaba por encontrar una salida entre sus labios apretados, rebotaba en el interior de su cráneo activando emociones de miedo, rabia… frustración.
 

- ¡No me arrepiento!.- Se repetía sin parar. Frunciendo el ceño respiraba profundamente por la nariz, abriendo al máximo las fosas nasales por donde entraba, tal vez por última vez, el perfume de un jardín húmedo de lluvia al que nunca prestó mayor atención. - No-me-a-rre-pien-to – cada sílaba remarcaba un paso firme que enterraba el tacón del zapato en la tierra blanda y aplastaba con su huella el césped cuidadosamente recortado.
 

Las escaleras del helicóptero le recordaron las de un cadalso y él mismo se sentía un condenado, sabía que una vez traspusiera esa puerta metálica que le esperaba abierta de par en par todo habría terminado para él. A partir de ese punto todo sería definitivo, todo sería inevitable, irreparable.
 

Miró de reojo al marine que custodiaba la escalera y por el tiempo que le tomó dar un par de pasos dudó si debía saludarlo como dicta la costumbre; el joven permanecía firme mirando a la nada como indica el protocolo y probablemente no notó el gesto apenas amagado de saludo que le dirigió al tiempo de poner su pie en el primer escalón.
 

Le habían indicado que no lo hiciera, no, no… le habían dado instrucciones precisas y específicas para que no lo hiciera y sin embargo… en un irrefrenable arranque de furia, pequeña y fútil venganza, en el último escalón se dio media vuelta y encaró a la prensa y demás personas que a cierta distancia atestiguaban su partida. Por un muy breve instante no supo que hacer, de hecho no supo por qué había contravenido las instrucciones que le habían dado pero finalmente y sin poder hacer nada más, se despidió de todos con un gesto que era ya conocido en él pero que en esas circunstancias y con la rabia que lo embargaba terminó siendo un manotazo al aire, un despectivo “ahí les dejo esa mierda” que, de haber tenido una, habría retratado con precisión el estado de su alma en ese momento.
 

En el interior del helicóptero le esperaban el Gral. Quakermain, el Dr. Hoffell y un joven soldado de rostro genérico que no conocía pero que, sin embargo, le resultaba tremendamente familiar. El General, rubicundo como siempre y usualmente bonachón le miraba ahora con el reproche pintado en el rostro; el Doctor, como de costumbre, se miraba la punta de los zapatos pero bajo la descuidada melena se le notaba el ceño fruncido. - “Puto Hippie” – pensó al sentarse y mientras la puerta se cerraba se encogió de hombros y en voz bien alta finalmente, de cara al Gral. y al Dr., liberó aquella breve frase que seguía rebotando en su cabeza - ¡No me arrepiento! -.
 

El helicóptero se separó de tierra y comenzó su ascensión, el verde jardín, la enorme casa, las sabandijas de la prensa que se habían reunido para atestiguar su partida se iban alejando, haciéndose más pequeñas, menos importantes.
 

Pegó la nariz al vidrio de seguridad de la ventana y, dirigiéndose a aquellas insignificantes hormigas, siguió repitiendo, cada vez en voz más alta – No me arrepiento, ¡No me arrepiento! -. Desde lo alto se notaban algunos parches parduzcos en el verde jardín, se veían algunas manchas en la prístina cobertura de la casa, se veían los años de discreto descuido, desde ahí arriba y por primera vez todo aquello le parecía poca cosa y con una risa que vino de lo profundo de su ser repitió su gesto final y verbalizó sus sentimientos - ¡Ahí les dejo esa mierda! AHAHAHAHAA… ¡AHÍ LES DEJO ESA MIERDA! -.
 

Mientras reía y gritaba cada vez más enloquecido un extraño tic pareció apoderarse de su cuello, su pierna derecha subía y bajaba apoyada en la punta del pie, golpeando con el tacón contra la alfombra azul que cubría la chapa metálica del piso. El Doctor apoyó los codos en las rodillas y entrelazando las manos cerró los ojos, el General, con el rostro enrojecido resoplaba en su asiento.
 

Él seguía gritando y riendo como loco, su cuello ya crispado de medio lado y su pierna taconeando sin control, los puños apretados. El Doctor, casi sin moverse abrió los ojos y miró al General que no le había quitado los ojos de encima. Con un gesto leve de la cabeza dio una respuesta negativa a la pregunta que le formulaban los ojos del militar, ambos desviaron la mirada hacia el maníaco que les acompañaba. El joven soldado de rostro genérico permanecía imperturbable a su lado.
 

Cuando sus miradas se volvieron a cruzar unos segundos más tarde el Doctor movió con levedad su cabeza otra vez, en esta ocasión dando una respuesta afirmativa a la nueva pregunta silenciosa del General, este miró al joven soldado y con firmeza pronunció su nombre - ¡Kowalsky! -. El joven soldado extendió su brazo izquierdo y con delicadeza colocó su mano en la nuca del Ex-Presidente, localizó la parte blanda en la base del cráneo donde se había ocultado el botón y lo pulsó.
 

- AHAHAHAAHA… NO ME ARREPIENTO DE NADA Y AHÍ LES DEJO ESA M… - El silencio ocupó toda la cabina, el cuerpo quedó retorcido, echado hacia adelante con el rostro pegado al cristal, la pierna en alto y el cuello torcido hacia la derecha, los labios fruncidos en medio de una sílaba que quedó prisionera… las manos apretadas en puños. El Doctor dio un largo suspiro mientras se echaba para atrás y descansaba contra el respaldo de su asiento. A través de su ventana podía ver el alto obelisco alejarse, un ominoso dedo blanco apuntando al vacío del cielo.
 

El General, que no se había movido, seguía erguido en su asiento con el rostro rubicundo de siempre y la mirada severa, también suspiró con cierto alivio cuando se hizo el silencio y formuló una nueva pregunta, - ¿Y bien? -.
 

El Dr. Karl T. Hoffell pensó en todos los años que había dedicado al proyecto y hasta qué punto había comprometido su carrera, su reputación y, tal vez, dada la magnitud y el nivel de seguridad nacional implicado, su propia vida en él y sin quitar los ojos del blanco dedo de piedra que se alejaba respondió en tono cansado – Llévenlo al Instituto, tal vez podamos aprovechar algunos de los circuitos en los otros sujetos. -
 

El joven Kowalsky pensó en “los otros sujetos” que se estaban preparando en el Instituto para ocupar tan alto cargo por los siguientes cincuenta años y supo de inmediato que utilizar esos circuitos sería un grave error... pero permaneció impasible y en silencio, su rostro genérico e inexpresivo mirando a la nada frente a él... no había sido programado para opinar.

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