Cuenta Buensancho
Historias que cuentan las imágenes. ¿Qué historia habrías contado tú?
martes, 23 de marzo de 2021
Ismael
jueves, 1 de octubre de 2020
POTUS
- "No me arrepiento...
No me arrepiento" -
La breve frase repetida como una letanía pugnaba por encontrar una salida entre sus labios apretados, rebotaba en el interior de su cráneo activando emociones de miedo, rabia… frustración.
- ¡No me arrepiento!.- Se repetía sin parar. Frunciendo el ceño respiraba profundamente por la nariz, abriendo al máximo las fosas nasales por donde entraba, tal vez por última vez, el perfume de un jardín húmedo de lluvia al que nunca prestó mayor atención. - No-me-a-rre-pien-to – cada sílaba remarcaba un paso firme que enterraba el tacón del zapato en la tierra blanda y aplastaba con su huella el césped cuidadosamente recortado.
Las escaleras del helicóptero le recordaron las de un cadalso y él mismo se sentía un condenado, sabía que una vez traspusiera esa puerta metálica que le esperaba abierta de par en par todo habría terminado para él. A partir de ese punto todo sería definitivo, todo sería inevitable, irreparable.
Miró de reojo al marine que custodiaba la escalera y por el tiempo que le tomó dar un par de pasos dudó si debía saludarlo como dicta la costumbre; el joven permanecía firme mirando a la nada como indica el protocolo y probablemente no notó el gesto apenas amagado de saludo que le dirigió al tiempo de poner su pie en el primer escalón.
Le habían indicado que no lo hiciera, no, no… le habían dado instrucciones precisas y específicas para que no lo hiciera y sin embargo… en un irrefrenable arranque de furia, pequeña y fútil venganza, en el último escalón se dio media vuelta y encaró a la prensa y demás personas que a cierta distancia atestiguaban su partida. Por un muy breve instante no supo que hacer, de hecho no supo por qué había contravenido las instrucciones que le habían dado pero finalmente y sin poder hacer nada más, se despidió de todos con un gesto que era ya conocido en él pero que en esas circunstancias y con la rabia que lo embargaba terminó siendo un manotazo al aire, un despectivo “ahí les dejo esa mierda” que, de haber tenido una, habría retratado con precisión el estado de su alma en ese momento.
En el interior del helicóptero le esperaban el Gral. Quakermain, el Dr. Hoffell y un joven soldado de rostro genérico que no conocía pero que, sin embargo, le resultaba tremendamente familiar. El General, rubicundo como siempre y usualmente bonachón le miraba ahora con el reproche pintado en el rostro; el Doctor, como de costumbre, se miraba la punta de los zapatos pero bajo la descuidada melena se le notaba el ceño fruncido. - “Puto Hippie” – pensó al sentarse y mientras la puerta se cerraba se encogió de hombros y en voz bien alta finalmente, de cara al Gral. y al Dr., liberó aquella breve frase que seguía rebotando en su cabeza - ¡No me arrepiento! -.
El helicóptero se separó de tierra y comenzó su ascensión, el verde jardín, la enorme casa, las sabandijas de la prensa que se habían reunido para atestiguar su partida se iban alejando, haciéndose más pequeñas, menos importantes.
Pegó la nariz al vidrio de seguridad de la ventana y, dirigiéndose a aquellas insignificantes hormigas, siguió repitiendo, cada vez en voz más alta – No me arrepiento, ¡No me arrepiento! -. Desde lo alto se notaban algunos parches parduzcos en el verde jardín, se veían algunas manchas en la prístina cobertura de la casa, se veían los años de discreto descuido, desde ahí arriba y por primera vez todo aquello le parecía poca cosa y con una risa que vino de lo profundo de su ser repitió su gesto final y verbalizó sus sentimientos - ¡Ahí les dejo esa mierda! AHAHAHAHAA… ¡AHÍ LES DEJO ESA MIERDA! -.
Mientras reía y gritaba cada vez más enloquecido un extraño tic pareció apoderarse de su cuello, su pierna derecha subía y bajaba apoyada en la punta del pie, golpeando con el tacón contra la alfombra azul que cubría la chapa metálica del piso. El Doctor apoyó los codos en las rodillas y entrelazando las manos cerró los ojos, el General, con el rostro enrojecido resoplaba en su asiento.
Él seguía gritando y riendo como loco, su cuello ya crispado de medio lado y su pierna taconeando sin control, los puños apretados. El Doctor, casi sin moverse abrió los ojos y miró al General que no le había quitado los ojos de encima. Con un gesto leve de la cabeza dio una respuesta negativa a la pregunta que le formulaban los ojos del militar, ambos desviaron la mirada hacia el maníaco que les acompañaba. El joven soldado de rostro genérico permanecía imperturbable a su lado.
Cuando sus miradas se volvieron a cruzar unos segundos más tarde el Doctor movió con levedad su cabeza otra vez, en esta ocasión dando una respuesta afirmativa a la nueva pregunta silenciosa del General, este miró al joven soldado y con firmeza pronunció su nombre - ¡Kowalsky! -. El joven soldado extendió su brazo izquierdo y con delicadeza colocó su mano en la nuca del Ex-Presidente, localizó la parte blanda en la base del cráneo donde se había ocultado el botón y lo pulsó.
- AHAHAHAAHA… NO ME ARREPIENTO DE NADA Y AHÍ LES DEJO ESA M… - El silencio ocupó toda la cabina, el cuerpo quedó retorcido, echado hacia adelante con el rostro pegado al cristal, la pierna en alto y el cuello torcido hacia la derecha, los labios fruncidos en medio de una sílaba que quedó prisionera… las manos apretadas en puños. El Doctor dio un largo suspiro mientras se echaba para atrás y descansaba contra el respaldo de su asiento. A través de su ventana podía ver el alto obelisco alejarse, un ominoso dedo blanco apuntando al vacío del cielo.
El General, que no se había movido, seguía erguido en su asiento con el rostro rubicundo de siempre y la mirada severa, también suspiró con cierto alivio cuando se hizo el silencio y formuló una nueva pregunta, - ¿Y bien? -.
El Dr. Karl T. Hoffell pensó en todos los años que había dedicado al proyecto y hasta qué punto había comprometido su carrera, su reputación y, tal vez, dada la magnitud y el nivel de seguridad nacional implicado, su propia vida en él y sin quitar los ojos del blanco dedo de piedra que se alejaba respondió en tono cansado – Llévenlo al Instituto, tal vez podamos aprovechar algunos de los circuitos en los otros sujetos. -
El joven Kowalsky pensó en “los otros sujetos” que se estaban preparando en el Instituto para ocupar tan alto cargo por los siguientes cincuenta años y supo de inmediato que utilizar esos circuitos sería un grave error... pero permaneció impasible y en silencio, su rostro genérico e inexpresivo mirando a la nada frente a él... no había sido programado para opinar.
miércoles, 18 de septiembre de 2019
Madera de Teca
A veces asomarse a las olas produce vértigo… por eso llevo siempre un cabo atado al tobillo.
Porque a veces la atracción del abismo es tan grande que me dejo caer y me quedo ahí, flotando sobre la nada profunda mientras el barco sigue su rumbo en silencio hasta que se consume toda la longitud del cabo y me arrastra... sin compasión me arrastra y, sin proponérmelo, me convierto en un ancla flotante, en la carnada definitiva, en un pedazo de… algo atrapado en su estela.
Ya ni siquiera intento comprender de qué me libera esa falaz renuncia a la vida. ¿Acaso no soy libre ya?.
El silencio es interior. Bajo el agua las mareas son un rumor antiguo e infinito, monótono. Sobre las olas chillan las gaviotas, chasquean las olas contra la madera de teca y las drizas, tensas como un arpa, desgranan las notas de la melodía audaz del viento. Ahí afuera el silencio no existe.
Y de nada sirve cerrar los párpados, la luz inclemente del caribe los taladra y uno ve.
Uno ve allá lejos, entre hermosos destellos, a la muerte alada flotando impávida contra el azul sin nubes. Inmóvil, desentendida, parece pintada en el cielo, una mentira migrando entre mundos disfrazada de ave.
El otro día, en el confín de su peñero, unos pescadores hablaban en millas y calculaban en brazas y yo me preguntaba - “¿En dónde estoy?”- mientras palpaba mi tobillo desnudo.
martes, 20 de agosto de 2019
Antes de la pela (haz memoria)
Si vale, haz memoria. Hace tiempo que... ¿cuánto tiempo?... pfff... no lo sé, no me acuerdo... sé que más de una vez vinimos tú y yo solos, no era la primera vez que tu y yo estábamos aquí por nuestra cuenta. Fué hace mucho tiempo. Recuerdo que nada más llegar te quitaste los zapatos y te fuiste corriendo, lo veo clarito como si estuviese sucediendo en este instante; te grité que volvieras, que ibas a dejar las medias perdidas de tierra y no me hiciste caso.
Si, en serio, es que ni volteaste... no te rías... no es joda. Yo estaba aquí parado como un pendejo llamándote con tus zapatos en la mano y tú ni pendiente, ya estabas trepando por la escalera del tobogán... yo no sabía qué hacer, quería correr detrás de tí, (y quería jugar pues), pero no sabía qué hacer con tus zapatos, dónde dejarlos para que no se perdieran. De alguna manera asumí que era responsable de ellos a la vez que lo era de ti... ¿Eh?... pfff no lo sé, yo tendría unos 12 años o por ahí y tú un poquito menos, ¿cuánto te llevo?... bueno, pues eso más o menos.
Te lanzaste por el tobogán más alto, por ese... creo... pero entonces era amarillo o... tal vez naranja, lo recuerdo brillante, nuevo y me acuerdo de tu cara de felicidad mientras volabas hacia abajo arrastrando el trasero sobre la chapa, te reías como una loca y apenas llegabas abajo corrías para subirte de nuevo.
Cada vez que te levantabas para correr de nuevo hacia la escalera yo veía mortificado la falda de tu vestido más y más arrugada, en cada bajada se ensuciaba un poco más del tizne de la chapa, qué peo pana y a ti no te importaba ¿cómo te iba a importar? tú estabas en lo tuyo... qué sé yo, era una tela gruesa, y ve tú a saber que le echaban al lavarla que la vaina era rígida, tiesa... ajá, así mismo te reías entonces... las arrugas se marcaban y eran grandes; cada vez que bajabas se hacían más pronunciadas, tu falda se levantaba por detrás cada vez más y se quedaba así mira... sostenida por las arrugas.
Llegó un punto en que la falda estaba totalmente levantada hacia tu espalda y te deslizabas sobre tus pantaleticas pero claro, era poca tela y tus nalgas y muslos se frenaban en el tobogán y en vez de bajar volando bajabas como con espasmos "Chop-Chop-Chop" sonaba la vaina... en serio, sonaba como chupones cada vez que tu piel se frenaba en la chapa.
¿Yo? ¿dónde más?, aquí abajo, a la pata del tobogan con tus zapatos en la mano pidiéndote que pararas, que nos iban a regañar, que te iban a dar una pela por ensuciar las medias y arrugar el vestido y a mí por haberte dejado hacerlo siendo el que supuestamente debía cuidarte... pero tú eres tú y siempre has sido y serás tú.
No te ibas a dejar sabotear la diversión ni por mí ni por el tobogán ni por la perspectiva de una pela y para evitar los frenazos tu solución fué lanzarte sobre tu espalda con las piernas en alto... carajo chica... yo solo podía pensar en como estabas dejando el resto del vestido mientras veía tu culito mal enfundado en la pantaletica (ya hecha un desastre) volando hacía mí...
No, no sé... ni idea... hasta que te cansaste supongo... corrías por aquí, por mi lado como si yo no existiese, como si lo único en el mundo fuese montarse otra vez en esta vaina y volar cuesta abajo... y otra vez para arriba... y otra vez para abajo... creo que paraste cuando ya tu vestido estaba del todo arremangado en tu espalda y de nuevo tu piel te frenaba.
Una y otra vez vi tus nalguitas rebotando con la pantaletica sumida entre ellas en tu carrera hasta la escalera y luego volando hacia mí a velocidad de vértigo en la bajada. Tu piel estaba enrojecida, los muslos, las nalgas, la parte baja de la espalda... me imagino que te empezó a molestar y ahí fué cuando paraste.
Nada... ¿ya qué iba a decirte?... tenía rato ahí parado viendo tus idas y venidas. Tu cara estaba roja, los cachetes pana... eran como la propaganda aquella de los "simpáticos muchachitos andinos" jajaja, si de pana, tenías los cachetes tan "toteados" por el acaloramiento de las carreras como el trasero por el roce con el tobogán y respirabas por la boca, profundo, acelerada, con los ojos pelados y con gruesos chorretes de sudor resbalando por tu cara.
Caminaste con dificultad hasta ese banco de allá y vi en tu cara que no estabas cómoda sentada, te ardía el trasero. Te di los zapatos y viendo el desastre de medias preferí mirar a otro lado y escarbar en el bolsillo, rescatar el dinero que me había dado tu mamá e ir a comprarte un fresco donde el carajo de las cotufas pues a fin de cuentas a eso habíamos venido.
Caminabas muy despacio de regreso a casa dando pequeños sorbitos a la lata de Pepsi, podía ver que estabas entre dolorida y preocupada, ya te había caido la locha del desastre que habías hecho con tu ropa, ahora si eras consciente de la pela ¿y en ese trasero lastimado?... Ay papá...
A media cuadra de tu casa, cuando íbamos por el taller de Cayayo te paraste y tu cara de angustia era total, tanto que me sacó de los pensamientos que venía rumiando en silencio desde el parque; te señalé el callejón de la parroquia y te dije - "Ven, vamos a ver que tan mal está" - y nos fuimos hasta el fondo, detrás de la reja que bordea el monte.
Allá arriba, al final de la tarde, bajo el árbol de pomalaca y entre la maleza me senté en una piedra, tú me diste la espalda ... y te subiste la falda.
Tu piel estaba totalmente roja, tenía hasta puntitos que parecían diminutas gotitas de sangre, como cuando uno se hace un raspón con el asfalto... estaba mal, ya incluso estaba empezando a inflamarse... ¿Eh?... todo mijita, pero es que todo... toda esta parte, desde aquí hasta aquí, de medio muslo hasta acá arriba.
Con cuidado tomé la goma de tus pantaleticas y tiré despacio hacia abajo ... hasta los tobillos. Tus nalguitas estaban francamente irritadas. Dos grandes rosetones trepaban desde tus muslos y traspasaban la marca del traje de baño hasta donde tu piel era tan blanca que parecía leche azucarada y se extendían hasta casi llegar al coxis; con cuidado posé mi mano en una de las nalgas y la separé un poco de su gemela... el rosetón también se extendía entre ellas.
Un calor desconocido se extendió por todo mi cuerpo y el feliz asombro de la suave redondez de tu nalga en mi mano fué desterrado por la rabia al verte tan lastimada. - "¿Cuántas veces te llamé?, ¿cuántas veces te dije que pararas?" - .... - "Mira esta vaina" - te regañé muy serio... si, en serio.
Tus hombros se sacudieron, estabas a esto de ponerte a llorar... tus nalgas maltratadas me llamaron a la ternura; te quité la lata de refresco de la mano y con el último hálito de frescura que le quedaba la fuí posando en tu trasero intentando aliviar en algo tu dolor, luego con mi mano húmeda y fresca las fuí acariciando suavemente mientras... si,... mientras te hablaba despacito... no, no me acuerdo que tonterías te decía... da igual, ya no sabría decirte si aquello que musitaba era para calmarte o para ganar tiempo y seguir acariciándote.
En cualquier caso tú ya estabas más tranquila, yo te seguía acariciando; por instantes sentía en mi crecer el impulso, la necesidad imperiosa... hasta que finalmente acerqué mis labios y las besé suavemente, tú no dijiste nada ni te moviste así que yo seguí y, en una de esas, sin avisar, te doblaste por la cintura y a pocos centímetros de mi cara tu trasero rosado y redondo separó levemente las nalgas... y sin haberlo pensado ese beso fué directo al centro... no tuve tiempo de darme cuenta de lo que había pasado antes que te enderezaras de un brinco.
Te volteaste y me miraste con los ojos abiertos de par en par, con la mano tapabas tu boca... tu cara roja como un tomate estaba a mitad de camino entre la sorpresa y la carcajada. No me atreví a decir ni media palabra... pero te lo juro, esa imagen en primer plano y esa sensación a la vez fresca y culpable de esos besos apresurados es uno de mis más atesorados fetiches.
En fin. Se hacía oscuro, los perros ladraban por los lados de la plaza. Me levanté disimulando mi turbación y tratando de domar la incomodidad de mi entrepierna a pellizcos; te subiste las pantaleticas, te acomodaste como pudiste la falda de tu maltrecho vestido y corrimos (o casi) hasta tu casa...
Esa fué... que si chica, haz memoria... esa fué la primera vez que te besé el trasero... ¿cómo no te vas a acordar?, de pana... esa fué la primera vez.
Jajajaja... de bolas que nos dieron una pela... a los dos, por la ropa, por la hora... por todo... pero bien que valió la pena.
viernes, 2 de agosto de 2019
De Súcubos y Visitaciones
Invade mi noche embozada en la oscuridad densa de la luna nueva, silenciando grillos y espantando a los gatos pardos que se evaden presurosos de su estela. Anuncia su llegada deteniendo el viento, borrando el tiempo.
Los barrotes de mi ventana no son obstáculo. A su paso, como largas y vaporosas alas, alzan las silenciosas cortinas su infructuoso vuelo; hacen bucles, dibujan ondas, se rizan alrededor de su cuerpo impalpable como llamaradas blancas, como una explosión de espuma repelida por el núcleo ardiente de su presencia.
Me mira tendido en mi lecho, inclina su apetito sobre mí y colma mi sueño de ávidas uñas que recorren mi cuerpo con prisas, dibujando arcanos glifos que arden en la piel como quemaduras de cuchillos al rojo vivo; arañazos que abren surcos en mi pecho de arena donde siembra su semilla de lujuria salvaje, sentenciando a mi alma a ser abismo, a ser un pozo donde volcar su deseo antiguo e insaciable...
Y se ríe poniendo a la noche en suspenso.
Rechinan afilados y luminosos sus dientes junto a mi cuello. Sus labios brillantes desgranan en mi oído interminables retahílas de palabras soeces, de procaces amenazas. Su voz, con la aspereza de una llama que muere crepitando sobre rescoldos, me reclama en propiedad con palabras ininteligibles que imprimen en mis sentidos fantasmagóricos tatuajes de retorcidos rituales, holocaustos para la glorificación de su sexo.
La mujer primordial, la única, la definitiva
El peso de su cuerpo me paraliza, su perfume a profundidades me embriaga y me envenena dejándome inerme, indefenso ante sus caprichos. En el calor de su boca, en la firmeza brusca de su mano, en su cuerpo de niebla la erección es dolorosa y absoluta. Me toma sin contemplaciones y cabalga mis despojos con furia, con deliberada y calibrada violencia y se ríe. Sus nalgas golpean mis muslos, su pelvis machaca la mía hundiéndome con cada embestida un poco más en la locura... y se ríe. Curva su espalda hacia atrás y sus senos inalcanzables, inasibles, bailan ante mis ojos describiendo el infinito con sus pezones encendidos como brasas, como ojos de otro mundo que me marean y me dominan y de nuevo ríe como ninguna criatura ha reído jamás.
El orgasmo atenaza mis testículos, voy a morir dentro de ella, lo sé. Voy a terminar mi existencia expulsando la poca vida que me queda en una eyaculación brutal y definitiva... y ella lo sabe, eso es justamente lo que quiere. Lo siente venir y ya no ríe, se inclina sobre mí sin dejar de moverse, sus uñas se entierran en mi pecho, escarban profundo y se hincan en mi corazón desbocado; una sonrisa enorme se dibuja en su rostro y sus ojos se clavan en los míos, brillantes, expectantes, burlones...
Mi cuerpo se sacude en una violenta convulsión, me licuo, fluyo como un torrente impetuoso a través de mi mismo derramándome dentro de su bruma y, mientras el universo se borra para mí, en sus ojos encendidos alcanzo a ver reflejado mi mayor miedo...
Despertar de este sueño...