Deja
que caiga la luna si ya no quieres sostenerla; deja que repose tu
aliento en el cuello descarnado de la muerte, como un amante rendido
que esconde su desamparo en un tierno pliegue de piel perfumada de
tiempo.
Como un eco del vacío trémulo del fondo del mar en un
recuerdo alucinado, deja que el silencio insondable desmadeje sus
ruinosos rizos de algodón mojado en tu mente, deja que este viaje
concluya y que te llene y te complete esta última, esta única
certeza y... por lo que mas quieras... deja ya de escarbarte las
heridas... que nada bueno saldrá de ellas, sabes que no hay remedio.
Deja
que las estrellas rueden por el cielo, que las constelaciones sigan
su curso, pues nada va a cambiar sea que las sostengas o las liberes...créeme...
nadie está notando tu esfuerzo; el tiempo es ya tu enemigo y no hay
manera de vencerlo. Se acaba la vida y sus afanes, sus carreras, sus
estruendos. El sol llegará, no puedes evitarlo, y tal vez aun logre
sacar algún destello de este charco rojo que tus dedos no pueden
contener. Son dos tajos limpios, profundos… mueres, entiéndelo…
y estás solo, ahora si es verdad que estás solo. Eres un moribundo.
Carajo...
No
hay tal cosa,... un hombre “moribundo” … eso no existe, uno
está vivo hasta el momento en que muere; un hombre que se ahoga no
está muriendo, no es un moribundo, es solo un hombre vivo que se
aferra con desesperación a su último aliento y lucha por contener
un diafragma convulso que parece querer desprenderse en terroríficas
sacudidas que se extienden por el cuerpo, dislocando el último
atisbo de cordura, de conciencia, expandiendo inmisericorde la
certeza de la muerte inevitable… un hombre que cae al vacío, un
hombre que se desangra por dos tajos certeros, aun ahí, aun así,
aun en ese momento irrepetible de total espanto ante lo inminente uno
todavía está vivo, es tal vez el momento en que uno tiene mayor
conciencia de la vida y su fragilidad, de su breve y azarosa
temporalidad, de su impertinente banalidad.
Caminabas
con prisa entre los caobos, de vez en cuando sonaba un seco chasquido
en las alturas y decenas de semillas bajaban girando a tu alrededor
como pequeñas galaxias gravitando en tu perfumada estela. No
volteaste ni una sola vez, no cambiaste tu paso ni un instante, nada
detuvo, ni demoró ni desvió tu decidido avance hacia tu hipotético
futuro. Avanzabas como si la estúpida sombrillita blanca te
impulsara al girar sobre tu hombro con estudiada y malintencionada
coquetería.
Podía
verte cada vez mas harta y exasperada por la larga discusión, hasta
que aquello que tenías atravesado en la garganta irrumpió feroz y
descarnado -No tienes donde caerte muerto- dijiste con evidente
desdén justo antes de darte la vuelta y echar a andar, lo escupiste
entre dientes, como quien dicta una sentencia incontrovertible e
inapelable, pero por todos esperada, como quien destaca una realidad
palmaria por lo evidente que surge a la luz del mundo reafirmada por
unos ojos opacos y huidizos, tan lejanos de aquellos luminosos
luceros que iluminaban mi mundo unos meses atrás; tan lejanos como
está este humedal de aquel parque del mal recuerdo; lejanos como tu
corazón lo estuvo del mío desde el momento en que empeñé todo lo
que poseía en esta aventura que me cuesta la vida.
Mírame
ahora mi niña bonita, aquí he caído… que gran tontería...
¿quién lo diría?. Ahora se me hace obvio que todos tenemos donde
caernos muertos y puestos a ello, ¿qué diferencia puede haber?,
basta con caer y morir; cualquier lugar sirve para el caso y una vez
muerto ¿a quién puede importarle el sitio? ya el problema, si
acaso, es de otro aunque al final ese “otro” resulte ser una
parvada de gaviotas en una costa rota, árida e ingrata como esta.
Maldita
sea esta “patria” y sus falsedades, maldita la vanidad y la
fantasía, maldito el sueño romántico que nos venden de niños y
maldita la voracidad con que nos atracamos con él como si fuese una
montaña de pudin, malditas las prisas por crecer tan grandes y
fuertes como imaginamos que otros nos imaginarán cuando sepan de nuestra existencia, la prisa por ceñirnos cada
día la espada de nuestras opiniones sobre libertad, razón y
justicia por la “patria” creyendo como imbéciles en sus luces
fatuas y en sus sonoros cornos.
Es una gran diferencia cuando esas
luces son disparos a tus espaldas en una interminable noche de
espanto, piedras y barrancos; cuando esos cornos idealizados se tornan en los clarines del
enemigo que te pisa los talones en tu vergonzosa y desesperada huida.
Que pequeños nos volvemos cuando el acero corta la carne y marca un
rubicón en nuestro cuero; cuando el estruendo del fin del mundo te
abandona entre la niebla y se vuelve tan lejano que bien podrían ser las olas
desmenuzando pacientemente las rocas de la costa un grano a la vez;
cuando el viento amenaza con hacerte desaparecer de todas las
memorias y la arena fría te arropa como una premonición cumplida.
Casi aciertas mi niña, aunque el verdadero problema no era dónde
podría caer sino que inevitablemente caería.
Las
tristes nubes alargadas se pintan de rosado y naranja… amanece y no
acierto a recordar en qué momento dejé caer la luna.
Tarda
mas la muerte que los cangrejos en encontrarme… no tengo suerte, no tengo remedio.