martes, 20 de agosto de 2019

Antes de la pela (haz memoria)


 Si vale, haz memoria. Hace tiempo que... ¿cuánto tiempo?... pfff... no lo sé, no me acuerdo... sé que más de una vez vinimos tú y yo solos, no era la primera vez que tu y yo estábamos aquí por nuestra cuenta. Fué hace mucho tiempo. Recuerdo que nada más llegar te quitaste los zapatos y te fuiste corriendo, lo veo clarito como si estuviese sucediendo en este instante; te grité que volvieras, que ibas a dejar las medias perdidas de tierra y no me hiciste caso.


Si, en serio, es que ni volteaste... no te rías... no es joda. Yo estaba aquí parado como un pendejo llamándote con tus zapatos en la mano y tú ni pendiente, ya estabas trepando por la escalera del tobogán... yo no sabía qué hacer, quería correr detrás de tí, (y quería jugar pues), pero no sabía qué hacer con tus zapatos, dónde dejarlos para que no se perdieran. De alguna manera asumí que era responsable de ellos a la vez que lo era de ti... ¿Eh?... pfff no lo sé, yo tendría unos 12 años o por ahí y tú un poquito menos, ¿cuánto te llevo?... bueno, pues eso más o menos.

Te lanzaste por el tobogán más alto, por ese... creo... pero entonces era amarillo o... tal vez naranja, lo recuerdo brillante, nuevo y me acuerdo de tu cara de felicidad mientras volabas hacia abajo arrastrando el trasero sobre la chapa, te reías como una loca y apenas llegabas abajo corrías para subirte de nuevo.

Cada vez que te levantabas para correr de nuevo hacia la escalera yo veía mortificado la falda de tu vestido más y más arrugada, en cada bajada se ensuciaba un poco más del tizne de la chapa, qué peo pana y a ti no te importaba ¿cómo te iba a importar? tú estabas en lo tuyo... qué sé yo, era una tela gruesa, y ve tú a saber que le echaban al lavarla que la vaina era rígida, tiesa... ajá, así mismo te reías entonces... las arrugas se marcaban y eran grandes; cada vez que bajabas se hacían más pronunciadas, tu falda se levantaba por detrás cada vez más y se quedaba así mira... sostenida por las arrugas.

Llegó un punto en que la falda estaba totalmente levantada hacia tu espalda y te deslizabas sobre tus pantaleticas pero claro, era poca tela y tus nalgas y muslos se frenaban en el tobogán y en vez de bajar volando bajabas como con espasmos "Chop-Chop-Chop" sonaba la vaina... en serio, sonaba como chupones cada vez que tu piel se frenaba en la chapa.

¿Yo? ¿dónde más?, aquí abajo, a la pata del tobogan con tus zapatos en la mano pidiéndote que pararas, que nos iban a regañar, que te iban a dar una pela por ensuciar las medias y arrugar el vestido y a mí por haberte dejado hacerlo siendo el que supuestamente debía cuidarte... pero tú eres tú y siempre has sido y serás tú.

No te ibas a dejar sabotear la diversión ni por mí ni por el tobogán ni por la perspectiva de una pela y para evitar los frenazos tu solución fué lanzarte sobre tu espalda con las piernas en alto... carajo chica... yo solo podía pensar en como estabas dejando el resto del vestido mientras veía tu culito mal enfundado en la pantaletica (ya hecha un desastre) volando hacía mí...

No, no sé... ni idea... hasta que te cansaste supongo... corrías por aquí, por mi lado como si yo no existiese, como si lo único en el mundo fuese montarse otra vez en esta vaina y volar cuesta abajo... y otra vez para arriba... y otra vez para abajo... creo que paraste cuando ya tu vestido estaba del todo arremangado en tu espalda y de nuevo tu piel te frenaba.

Una y otra vez vi tus nalguitas rebotando con la pantaletica sumida entre ellas en tu carrera hasta la escalera y luego volando hacia mí a velocidad de vértigo en la bajada. Tu piel estaba enrojecida, los muslos, las nalgas, la parte baja de la espalda... me imagino que te empezó a molestar y ahí fué cuando paraste.

Nada... ¿ya qué iba a decirte?... tenía rato ahí parado viendo tus idas y venidas. Tu cara estaba roja, los cachetes pana... eran como la propaganda aquella de los "simpáticos muchachitos andinos" jajaja, si de pana, tenías los cachetes tan "toteados" por el acaloramiento de las carreras como el trasero por el roce con el tobogán y respirabas por la boca, profundo, acelerada, con los ojos pelados y con gruesos chorretes de sudor resbalando por tu cara.

Caminaste con dificultad hasta ese banco de allá y vi en tu cara que no estabas cómoda sentada, te ardía el trasero. Te di los zapatos y viendo el desastre de medias preferí mirar a otro lado y escarbar en el bolsillo, rescatar el dinero que me había dado tu mamá e ir a comprarte un fresco donde el carajo de las cotufas pues a fin de cuentas a eso habíamos venido.

Caminabas muy despacio de regreso a casa dando pequeños sorbitos a la lata de Pepsi, podía ver que estabas entre dolorida y preocupada, ya te había caido la locha del desastre que habías hecho con tu ropa, ahora si eras consciente de la pela ¿y en ese trasero lastimado?... Ay papá...

A media cuadra de tu casa, cuando íbamos por el taller de Cayayo te paraste y tu cara de angustia era total, tanto que me sacó de los pensamientos que venía rumiando en silencio desde el parque; te señalé el callejón de la parroquia y te dije - "Ven, vamos a ver que tan mal está" - y nos fuimos hasta el fondo, detrás de la reja que bordea el monte.

Allá arriba, al final de la tarde, bajo el árbol de pomalaca y entre la maleza me senté en una piedra, tú me diste la espalda ... y te subiste la falda.

Tu piel estaba totalmente roja, tenía hasta puntitos que parecían diminutas gotitas de sangre, como cuando uno se hace un raspón con el asfalto... estaba mal, ya incluso estaba empezando a inflamarse... ¿Eh?... todo mijita, pero es que todo... toda esta parte, desde aquí hasta aquí, de medio muslo hasta acá arriba.

Con cuidado tomé la goma de tus pantaleticas y tiré despacio hacia abajo ... hasta los tobillos. Tus nalguitas estaban francamente irritadas. Dos grandes rosetones trepaban desde tus muslos y traspasaban la marca del traje de baño hasta donde tu piel era tan blanca que parecía leche azucarada y se extendían hasta casi llegar al coxis; con cuidado posé mi mano en una de las nalgas y la separé un poco de su gemela... el rosetón también se extendía entre ellas.

Un calor desconocido se extendió por todo mi cuerpo y el feliz asombro de la suave redondez de tu nalga en mi mano fué desterrado por la rabia al verte tan lastimada. - "¿Cuántas veces te llamé?, ¿cuántas veces te dije que pararas?" - .... - "Mira esta vaina" - te regañé muy serio... si, en serio.

Tus hombros se sacudieron, estabas a esto de ponerte a llorar... tus nalgas maltratadas me llamaron a la ternura; te quité la lata de refresco de la mano y con el último hálito de frescura que le quedaba la fuí posando en tu trasero intentando aliviar en algo tu dolor, luego con mi mano húmeda y fresca las fuí acariciando suavemente mientras... si,... mientras te hablaba despacito... no, no me acuerdo que tonterías te decía... da igual, ya no sabría decirte si aquello que musitaba era para calmarte o para ganar tiempo y seguir acariciándote.

En cualquier caso tú ya estabas más tranquila, yo te seguía acariciando; por instantes sentía en mi crecer el impulso, la necesidad imperiosa... hasta que finalmente acerqué mis labios y las besé suavemente, tú no dijiste nada ni te moviste así que yo seguí y, en una de esas, sin avisar, te doblaste por la cintura y a pocos centímetros de mi cara tu trasero rosado y redondo separó levemente las nalgas... y sin haberlo pensado ese beso fué directo al centro... no tuve tiempo de darme cuenta de lo que había pasado antes que te enderezaras de un brinco.

Te volteaste y me miraste con los ojos abiertos de par en par, con la mano tapabas tu boca... tu cara roja como un tomate estaba a mitad de camino entre la sorpresa y la carcajada. No me atreví a decir ni media palabra... pero te lo juro, esa imagen en primer plano y esa sensación a la vez fresca y culpable de esos besos apresurados es uno de mis más atesorados fetiches.

En fin. Se hacía oscuro, los perros ladraban por los lados de la plaza. Me levanté disimulando mi turbación y tratando de domar la incomodidad de mi entrepierna a pellizcos; te subiste las pantaleticas, te acomodaste como pudiste la falda de tu maltrecho vestido y corrimos (o casi) hasta tu casa...

Esa fué... que si chica, haz memoria... esa fué la primera vez que te besé el trasero... ¿cómo no te vas a acordar?, de pana... esa fué la primera vez.

Jajajaja... de bolas que nos dieron una pela... a los dos, por la ropa, por la hora... por todo... pero bien que valió la pena.

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