viernes, 16 de enero de 2015

Naufragios

El mesón largo de taberna, con el borde gastado y pulido por años de codos y mangas de tela cruda, tatuado de marcas de vasos, golpes de platos y botellas, raspaduras de cubiertos, tallado de cuchillos ociosos, con una costra oscura e indefinible que bien puede ser de salpicaduras de caldo grueso o de sangre de peleas sin memorias, sin cuentos y sin dolientes; puede ser una costra de cualquier cosa como bien puede que solo sea el testimonio de unas tablas con demasiados años al costado de una ventana por la que el sol se pone desde que el mundo es mundo y que nadie ha limpiado jamás.

Mesón alto de taberna, con vista al puerto y taburetes criminales, alto tan alto que al sorber el potaje se ha de tener cuidado de no mojar las barbas en el plato; mesón de taberna donde cada quien esta en su mundo mirando al plato, mirando al mar, aferrado al vaso, colgado de una jarra; lagrimeando guiños al sol en su caida.

Mi vecino suspira a cada bocado, a cada trago y me tiene harto ya, está tan sumido en su desdicha que no parece notar mis miradas ni oir mis gruñidos. Nada puedo hacer. Lo que me trae aquí es impostergable, no puede torcerse por un arrebato; mi vecino puede suspirar hasta reventar si quiere y yo a callar, aguantar y a esperar...

Muchas tardes ya en este mesón, indeciso, temeroso, con el vaso chato en las manos viendo bailar los posos en el fondo de este vino peleón que cierra el gañote y reseca las encías a cada trago, sumando asperezas a la hiel amarga del odio que me regresó a la vida cuando ya mordía la tierra; de vuelta a este puerto donde ya no queda nadie que me recuerde mas que aquel a quien vine a buscar.

No voy a tener mucho tiempo, el muro oculta los trapos de las barcas que se acercan a la rada, unos pocos minutos para prepararme a lo sumo desde que vea al "Virgen Santísima" entrar al puerto y lo poco que les pueda llevar recostarse al muelle y atracar.

Suspira mi vecino...la madre que lo parió; a ver si termina de una buena vez...

Dos palos se recortan contra el último fulgor del sol en la ventana, el casco ancho del "Virgen Santísima" asoma la proa entre el muro y el malecón. Caen las velas y se ordena la bordada que lo acerca con ese último impulso al costado del muelle; mientras tiro un par de monedas sobre los tablones ya los hombres alargan los bicheros y se aprestan al amarre.

Camino despacio pegado a los muros, con el sombrero bajo y sin perder de vista la actividad desplegada sobre cubierta y ahí está, dando voces y gritando órdenes como todo un patrón pero como siempre el primero en saltar a tierra, con esa sonrisa infantíl y estúpida de toda la vida saludando a todos como un torero...

El mar aquí es violento, el muro que protege el puerto se prolonga por el costado de una calleja que lleva a la parte alta de la ciudad, al barrio de los pescadores y justo a la vuelta de la esquina hay una arcada sobre la que estaba hace años el viejo faro; en esa parte del muro unos ventanucos estrechos por donde se cuela el mar en las noches de tormenta, cuando golpea su furia como queriendo desmigajar las piedras y al lado de cada abertura las gruesas columnas del viejo faro, ofreciendo la necesaria oscuridad y protección a quien, como yo, decide llegar a lo mas profundo de su propio infierno. Bajo esa arcada tendrá que pasar y ahí lo voy a esperar.

Y no es mucho lo que espero, apenas lo justo para reafirmarme en mi propósito y en calmar el temblor de la mano que ya aprieta el mango de hueso de mi cuchillo de negro acero.

Mas que verlo lo oigo llegar, con ese caminar a saltitos y silbando el estribillo de vaya uno a saber qué cancioncita de moda. Desde mi escondite tras la columna veo su sombra alargarse y acercarse; me acuerdo del gitano aquel y cambio el cuchillo de mano y respiro profundo. Conteniendo el aire salto adelante y en dos zancadas estoy sobre él, sujetándolo del cuello y apoyando la afilada punta del cuchillo bajo su pecho, empujándolo contra el muro al otro lado del pasaje.

- ¡Mírame!, ¡MÍRAME!- y los ojos se abren de par en par y las pupilas se contraen mientras se pone pálido y frío, lo siento en la mano y siento también como le cuesta tragarse el miedo que le da la cara que está mirando.

- Si, estoy vivo desgraciado, mírame bien - Abre la boca para decir algo pero las palabras mueren cuando siente como la punta del cuchillo comienza a entrar en su cuerpo.

Y me acuerdo del giitano aquel y de como me enseñó a girar y empinar la hoja para que la cuchillada al corazón fuese certera.

- ¿Cómo me dijiste aquel día?, ¿lo recuerdas?... ¿no?... me dijiste "avísame cuando te empiece a doler" y te reiste desgraciado, te reiste mientras me encajabas aquel palmo de metal en las tripas - La boca se abre de par en par y los ojos se desorbitan, sus manos aferran mis muñecas y su mirada no se despega de mis ojos.

- Pues eso... avísame cuando te duela...- y empujo despacio el cuchillo hasta la guarda del mango viendo en lo profundo de sus ojos como se diluye la luz y sintiendo en mis brazos la breve convulsión justo antes de que se le doblen las rodillas y de nuevo me acuerdo del gitano aquel y dando un paso atrás saco el cuchillo de un tirón mientras giro otra vez la hoja para terminar de desgarrarle la vida.

Cae como un pescado, como un fardo de trapos mojados y queda tendido de bruces en medio del pasaje ya a oscuras. La sangre negra rueda por entre el empedrado hacia el muro y siguiendo su camino con la vista miro el mar por las estrechas aberturas sintiendo a mi propio corazón luchando por salir de mi cuerpo; algunas barcas se acercan al puerto, pronto por aquí pasará mucha gente. Doy la media vuelta y echo a andar obligándome a no pensar, tengo que darme prisa, ya habrá tiempo para lamentos.

Al salir de la arcada del viejo faro tomo a la derecha; subiendo la cuesta dejo atrás la casa del práctico del puerto y me adentro en el barrio de pescadores, al otro lado está la playa, al final el río y mas allá las pequeñas caletas donde me están esperando, que en estas costas naciendo pescador se crece contrabandista y no faltan compadres y colegas dispuestos a hacer favores a cambio de que a uno no le tiemble el pulso a la hora de disparar cuando haga falta.

Bajo hacia la pequeña iglesia, las calles inalteradas en el tiempo, fijas, sin cambios a pesar de los años dan fé de cuánto cambia el hombre a lo largo de su vida; de cuanto cambié yo al morir y volver a nacer y mas aun ahora que, en este mismo instante en que apenas tomo conciencia del naufragio de mi alma; no podría ser mas extraño a este paisaje familiar e inmutable. En alguna de estas calles nació mi madre... Ay madre, aquí voy haciéndole guiños entre lágrimas, menos mal que no está por aquí para no tener que ver qué fue de nosotros, qué hicimos de nuestras vidas. Los hermanos matándose por una mala mujer... que maldita sea su estampa, si supiese donde está ahora también la buscaba y le hendía las entrañas... si es que alguien mas no lo ha hecho ya.

Me falta el aire para correr y para gritar, me falta el aire para llorar, el aire si y el amor, para llorar por ella, por él y por mí.

Aun no hay gritos ni campanas; aprieto el paso, la playa ya casi desaparece bajo las aguas de la marea que sube en largas y gruesas ondas, mas allá del río todo es oscuridad.

Llego cuando los últimos bultos están siendo embarcados, un breve sobresalto de manos al cinto y miradas expectantes; nos conocemos bien, el saludo silencioso y a empujar para liberar el bote de la arena, remar en silencio y un poco mas allá embarcar en la dorna que cabecea paciente al resguardo de las piedras.

El viento sopla de través, será un viaje rápido y antes del amanecer estaremos descargando en alguna ría de las muchas que arañan la costa gallega y ahí me despediré yo. Pasando el viejo faro doy la espalda a mis pecados y miro mar adentro controlando esa nausea del recuerdo de mi hermano doblando las rodillas. Tal vez deba irme aun mas lejos, embarcar en un barco portugués y cruzar el océano. Tal vez mi destino sea no llegar a mi destino... tal vez para mi la vida solo sea encallar una y otra vez en el agudo horror de mis errores y mis faltas, tal vez.

Total, ya que mas dá...cuando uno hace de su vida un naufragio qué puede importar ya nada... ese navajazo terciado, como una ola que barre la cubierta, terminó con dos vidas a la vez, la que él tenía y la que yo soñaba.

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