martes, 23 de diciembre de 2014

Mar Menor

- Buntaro... ¿cuánto falta?...

Y me mira con ese par de cuchillos, harto ya de verme, harto de escucharme una y otra vez con la misma pregunta, lejano del mundo dentro de si y apartado, en la proa, lejos de mí y de mi insistencia.

- Ya viene... - Masculla su respuesta, su misma e invariable respuesta sin soltar la boquilla de su pipa, atrapada hace meses entre sus dientes como nosotros en esta pequeña barca de vieja madera de la que ya no hay mas, con su única vela y sus gruesos cabos serpenteando por la cubierta al descuido de los dos únicos habitantes de esta falsa isla.

"Ya viene", "ya viene"... ¿qué clase de viaje es este en el que no es uno quien va a su destino sino aquel el que viene al encuentro del viajero?, ¿qué clase de respuesta es esa?

No recuerdo cuantas veces habré hecho este viaje, siempre en esta barca, siempre con él, y no recuerdo haberlo visto sonreir jamás ni haberle escuchado pronunciar otra palabra fuera de su lacónica respuesta.

A Buntaro se le paga con tabaco y cerillos; no quiere nada mas y no parece necesitar nada mas salvo, tal vez, absoluto silencio. Nunca saluda, nunca se despide...¿lo hará esta vez?; me lo pregunto desde que salimos porque este es mi último viaje, o al menos eso me dijeron, y no lo volveré a ver, no mas resbalar por el filo de su mirada, no mas meses de hosco silencio, nunca mas este viaje ingrato y eterno. ¿Debería decírselo?, ¿se despedirá esta vez?.

He tenido la impresión que él lo sabe o que al menos lo intuye; a veces envaina sus ojos unos instantes y estos se hacen indistinguibles contra el horizonte difuso de este cielo sanguíneo y nunca antes lo había visto hacer tal cosa, nunca antes le había visto cerrar sus ojos; a veces su mirada planea entre la sombra de la botavara y la superficie de este mar plácido y grueso como aceite y ensimismado deja escapar murmullos de silencioso humo para después mirarme con disimulo por encima del hombro; a veces lo descubro observándome con evidente curiosidad y desparpajo entablando conmigo un duelo de miradas que siempre pierdo. ¿Debería decírselo?.

- Buntaro...

Gira la peligrosa obsidiana de sus ojos hacia mí sin mover ni un solo músculo y el humo escapa a raudales por su nariz... la pregunta muere por inútil en su advertencia muda... la pipa descansa en sus labios y sujeta con delicadeza por sus dedos al otro extremo, el silencio se impone, es el retrato de un hombre sin tiempo y sin prisa, harto de todo y en especial de mi pregunta, la estampa inmutable de todo lo irreconciliable que media entre él y yo, entre su papel y el mío...

El sopor de meses y la fatiga de la espera borra toda memoria, toda intención y todo conocimiento; uno queda en blanco, vacío, como nuevo y sintiéndose cada vez mas viejo, débil, frágil, indefenso.

Cuando la barca comienza a cabecear, cuando las pequeñas ondulaciones comienzan a golpear esta madera rítmicamente a uno en verdad le da igual, uno está en otro mundo. Absorto en el silencio y la monotonía de los días cuesta darse cuenta del movimiento, de los sonidos, de esa brisa fría que resbala por la piel; el cielo teñido de imposibles palpitando sobre nuestras cabezas sus espasmos nos parece tan ajeno y lejano que uno tarda en reaccionar.

Incorporarse es un trabajo inhumano, asomarse por la borda es un regreso costoso para el alma, percatarse que el viaje está por culminar es una sorpresa y una angustia inesperada.

Buntaro huele el aire, mira el cielo contraerse sobre nuestras cabezas, toca las crestas de las pequeñas olas que agitan la paz de la barca y me mira con esos ojos que los días parecían haber mellado pero que ahora recobran el mortal brillo que anuncia una última estocada. Él, que casi no se ha movido en todo el viaje, parece finalmente impulsado por los resortes de la vida, por fin retira la pipa de su boca y con firmes golpecitos sobre la borda la vacía sin apartar sus ojos de mi y lentamente se inclina hacia mi miedo, con una media sonrisa que apenas comienza a dibujarse en su rostro. No, no se va a despedir...

- Ya viene... - Me dice con deliberada claridad... y sonríe... pero solo sonríen sus labios y eso es lo que mas me llena de espanto. Miro mas allá de la proa hacia lo que queda de este mar que se precipita en la nada.

Hay que morir aquí para poder nacer al otro lado, lo sé... y no va a ser fácil nacer otra vez... nunca lo es, los dos lo sabemos y solo él va a disfrutarlo.

Pero esta es la última vez Buntaro, la última vez...

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