domingo, 6 de abril de 2014

Cosas, viajes, palabras.


Voy embarcado en un viaje sin retorno a un destino que desconozco. He estado ahí muchas veces ya, pero cada vez que he rozado sus fronteras todo ha cambiado, cada vez es otro lugar. Cada vez ha vuelto a ser una zona en blanco en el mapa de la experiencia.

El tiempo carece de lugar en esta historia y la geografía tiene el mismo valor que aquella canción que nunca aprendí porque nunca tuve la intención de escucharla completa. Da igual dónde esté ella o donde esté yo; nunca hemos compartido el mismo espacio y el tiempo es un foso insalvable, así que… ¿para qué mortificarse con esas precisiones?.

Las cosas nunca son como uno quiere que sean y uno pronto aprende a conformarse con ello porque la opción es aterradora. La vida, esta cosa extraña que es tan fácil de medir y de contar, está llena de falacias que se van aprendiendo y se van adoptando como propias en el perverso esfuerzo de preservar la cordura... como si una vida de cordura fuese la única opción. La vida de muchos se limita a eso, al falaz esquema de la natural insanía.

A veces uno descubre que el buen camino no es el camino correcto y hace falta mucho valor, mucha locura para cambiar de rumbo pero más aún para no cambiarlo. Es necesaria una fuerza extraordinaria para renunciar, para desviar la mirada, mantener la deriva. Para algunos esto se convierte en bandera de orgullo y brillo, para otros en la roca que tuvo que empujar Sísifo como castigo. Mi roca es enorme.

Era inevitable que supiera de su existencia; alguien va contando nuestra historia antes que esta suceda y nosotro nos limitamos a poner los acentos, los puntos y las comas mientras bajamos por el torrente que otro pensó para nosotros. Esas cosas hay que tenerlas claras. Los hilos se cruzan de acuerdo al capricho de otro. Era inevitable saber de ella. Era inevitable el lazo, el nudo que enriqueciera nuestras tramas.

Decir cómo sucedió sería extenderme en la parte fútil, en lo banal cotidiano, un rebote a tres bandas de principiante. Aquí también en el principio fue el verbo. Ella solo era unas palabras; una imagen diminuta de quien es en realidad, el sospechoso fulgor de un universo lejano y digo universo porque decir galaxia sería desmerecerla, disminuirla en brillo y omnipresencia.

Una breve frase cazada al vuelo en un cielo de palabras. La más esquiva, la más alejada, la menos esperada despegó mis pies del suelo. Una pregunta, un saludo, un comentario. Palabras, palabras. Son cosas que apilamos en almacenes sin orden ni concierto. Hoy nos sobran muchas; de verdad no necesitamos tantas, hoy necesitamos silencio. No tenemos respeto tenemos intenciones y las palabras son alas al mismo tiempo que escudos. Con ellas escalamos, sobre ellas nos desplomamos. Palabras, que cosas tan curiosas son. Tan comunes que olvidamos su valor, su poder.

Ella no, ella sabe, ella maneja las palabras y le bastaron tres o cuatro en el momento justo para sacarme de mi derrota y magnetizar mi brújula. Para proponerme un nuevo viaje, el camino correcto de la locura. Un viaje sin destino que realizo en solitario pues así deben ser estos viajes. Tal vez en algún punto la marea nos una, tal vez no; tal vez ella emprendió el mismo viaje, tal vez no. ¿Qué importancia puede tener?.

El viaje es lento pero inexorable, sin más equipaje que un sueño y una fantasía. Puras sustancias de la esperanza que derraman su color en la larga noche del hastío constelando el paisaje de memorias imborrables.

Solo hay palabras entre ella y yo, las que invitan, las que enseñan, las que atan. Las palabras que desnudan las cosas de sus infames disfraces, las que señalan los defectos, los propios que son los únicos importantes. Las palabras que derrotan las vergüenzas, los misterios y los secretos. Las que hablan solas del pasado y sus tristezas sin necesidad de boca que las pronuncie. Las que dibujan futuros rodando por sonrisas. Las que muestran las cumbres coronadas de carcajadas. Palabras, miles y miles desgranadas con paciencia en largas conversaciones. Así deben ser las cosas. Así son, muchas veces, estos viajes.

Ayer finalmente me reconocí cartografiando pacientemente su piel; señalando en cada poro una isla salvadora; nombrando continentes en sus lunares; esos lunares que ella no menciona pero que yo conozco bien por haber volado tantas veces sobre ellos. Ayer conocí de sus puertas y sus pilares; ayer supe de su arte y acepté sumiso mi papel de alumno; admitiendo la necesidad de guía ante semejante laberinto.

Palabras, que cosas tan poderosas, que vigorosas imágenes crean, que portentosas ataduras para marcar el alma.

Aún me faltan tantas cosas: el refugio de su cuello, el ansia de su abrazo, la vida de sus labios, el caudal inagotable de su voz. ¿Cuántas palabras serán necesarias?. La piel no escucha, la piel no quiere más palabras pero eso es lo que hay, de entre todas las cosas sólo las palabras..

Una de las pocas cosas que he aprendido es a tener paciencia. Los viajes duran lo que deben durar, ni más ni menos; tarde o temprano llegaré a destino sea lo que este sea, sea con ella o sin ella; este viaje, algún día terminará. 

Tal vez entonces mi roca aumente en peso, o tal vez no; tal vez se aligere y desaparezca. Tal vez logre reconocer ese lugar desde sus fronteras y logre saltar el foso del tiempo aunque ya no sea mucho el que me quede. Tal vez al final sean muy pocas cosas las que me queden pendientes.

Al final tal vez olvidemos las palabras, las cosas y los viajes y solo seamos silencio y piel. No lo sé.

Mientras tanto… yo sigo viajando.

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